
En 1939 Frida empezó a sufrir un incremento en el dolor de las espalda y desarrolló una infección en su mano derecha, cuyo tratamiento supervisó su viejo amigo y médico el Dr. Eloesser. Como agradecimiento por el tratamiento, le pintó un autorretrato en el que se mostraba con unos pendientes con forma de manos.
Los pendientes fueron un regalo de su gran amigo y artista Pablo Picasso, a quien conoció durante su estancia en Paris.
Los pendientes hacían referencia a los “milagros”, piezas comunes en México hechas de cera o marfil con la forma de la parte del cuerpo de la persona que desea curar, dejando estas en un altar del santo al cual se reza.
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